11 diciembre 2013

El reto secular de la integración

El gran debate de la reforma migratoria de Obama se centra en si los once millones de inmigrantes indocumentados deben tener acceso a la ciudadanía

La reforma migratoria que busca sacar adelante el presidente Barack Obama y que tantos escollos está encontrando en el Congreso es sólo el último episodio de una realidad que se ha repetido una y otra vez en los últimos 400 años en EEUU, la de cómo asimilar las distintas oleadas de inmigrantes que han terminado conformando la esencia del país. 


Desde la llegada de los primeros colonos europeos a principios del siglo XVII (mayoritariamente británicos, alemanes y holandeses), nuevas oleadas migratorias procedentes de todas las partes del mundo no han cesado de asentarse en EEUU, provocando un repetido conflicto a lo largo de la historia entre los recién llegados y quienes lo habían hecho algunas generaciones antes. 

"Sólo entre un 1 y un 2% de los pobladores actuales de nuestro país descienden de quienes habitaban estas tierras hace más de 400 años. Desde nuestros orígenes, EEUU no sólo ha aprendido, sino que ha valorado progresar en la multiculturalidad", indica el periodista y analista político Michael Baron, quien presentó hace unos días en Washington su libro Moldeando nuestra nación: Cómo las oleadas migratorias han transformado Estados Unidos y su política. 

Pese a haber lidiado con grandes flujos migratorios (tanto exteriores como interiores) durante varios siglos, EEUU aún no ha dado con una fórmula que permita amortiguar el choque social que la inmigración lleva consigo, y el gran debate sobre la reforma se centra en si los inmigrantes indocumentados que actualmente residen en el país -y que se cifran en unos 11 millones- deben tener acceso o no a la ciudadanía. 

Para acceder a la ciudadanía, la propuesta de reforma que el Senado aprobó el pasado junio (y que debería servir como base para la ley definitiva junto al texto que salga de la Cámara de Representantes, exige a los inmigrantes varios requisitos, entre ellos el de "demostrar conocimientos de inglés". 

"Henry Ford ofrecía clases de americanización a los empleados extranjeros de sus fábricas a principios del siglo XX y, por aquel entonces, las escuelas públicas de Nueva York tenían un cometido fundamental: americanizar a los recién llegados. Hoy día, esto ha cambiado, y el valor en alza es preservar la diversidad multicultural", apunta Baron, para quien EEUU ha superado ya en muchas ocasiones situaciones que entonces fueron consideradas unos verdaderos callejones sin salida. 

A mediados del siglo XIX, las grandes migraciones de irlandeses y alemanes a consecuencia de la hambruna a núcleos urbanos industriales de EEUU -hasta entonces la inmigración tendía a adentrarse hacia el campo y el Oeste del país- supusieron el primer choque cultural entre los que entonces ya podían considerarse nativos -mayoritariamente protestantes y descendientes de los colonos- y los recién llegados, que eran en su inmensa mayoría católicos. 

En la década de 1850, por ejemplo, la población inmigrante en EEUU llegó a ser de alrededor del 10% del total. 

"El segundo gran cambio llegó a principios del siglo XX, cuando la inmigración europea dejó de venir de los países septentrionales y empezó a venir de países del sur y el este, como Italia, Grecia o Polonia. Fueron muchos los que pensaron entonces que la brecha cultural jamás se superaría, y que esas personas no podrían integrarse en la sociedad estadounidense", indica Baron. 

Las tendencias actuales en inmigración no se consolidaron hasta 1965, cuando el entonces presidente demócrata Lyndon B. Johnson promulga la Ley de Inmigración, que entre otras cosas acaba con un sistema de cuotas por países vigente desde los años veinte y concebido para favorecer la inmigración proveniente de Europa. 

Los latinoamericanos empezaron a llegar entonces de forma masiva a EEUU, asentándose primero en grandes áreas urbanas de California, Texas y Nueva York, donde, según Baron, pudieron experimentar "cierto progreso" económico, que se vio truncado en 2008 con el estallido de la crisis hipotecaria. 

"Desde entonces, la inmigración proveniente de América Latina no ha hecho más que descender, y en los últimos tiempos, la inmigración latinoamericana se ha visto superada por la asiática", indica el experto, a quien el progreso económico experimentado por México le lleva a pensar que "jamás" se volverá a ver una ola migratoria tan fuerte proveniente de ese país como la que se vivió en la década de los 90 y primeros años de la de 2000.





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