09 diciembre 2013

Migrantes: maximizando el potencial

Hay realidades a las que más nos vale comenzar a acostumbrarnos; la del fenómeno de la migración es una de ellas. La migración no es ninguna novedad para los seres humanos, al contrario, podríamos decir sin exagerar que forma parte de nuestra información genética, como también que gracias a esta práctica logramos por un lado sobrevivir a las inclemencias del medio ambiente cuando todavía no éramos el principal factor de modificación del mismo, y por el otro, cubrir prácticamente la totalidad de la superficie de la tierra con una presencia más o menos permanente.



Si no hubiera sido por la migración, nuestros antepasados no habrían colonizado América entrando por el congelado Estrecho de Bering, si no fuera por esa pulsión de muchos humanos pasados y presentes, jamás hubieran abandonado África, cuna de nuestra especie, para poblar Europa y Asia. Y sí, ponga que los migrantes nunca han sido lo más granado de las sociedades... o tal vez sí, porque pensemos que en el pasado como en el presente y esperablemente en el futuro, quienes buscan migrar no son la gente que está mejor acomodada a su grupo, los más ricos o los más poderosos, sino aquellos que tienen todo por ganar allá donde vayan, y poco que perder en el sitio que abandonan.

Por el territorio mexicano y particularmente por suelo coahuilense pasa anualmente un número totalmente indeterminado de migrantes con rumbo a Estados Unidos, donde esperan encontrar las oportunidades que en este país, o en algún otro de donde provengan, les fueron negadas por una sociedad que no supo crear las condiciones mínimas de organización social y económica, consistentes en ofrecer los medios de vida para que la gente quiera permanecer arraigada a su terruño.

Es una realidad en la que hemos vivido más o menos conscientemente, inclinándonos por la percepción de esto último, ya que al menos la gran mayoría de los saltillenses vamos todos los días a nuestras actividades cotidianas sin percatarnos de la gran cantidad de personas que vemos hoy y mañana ya no, que pasan por nuestra ciudad como por tantas otras en busca de su destino. Algunos, pocos, se quedan; algunos, también pocos, se meten en problemas o se los creamos, pues tampoco somos toda inocencia, pero lo cierto es que como en las épocas idas de la conquista del norte bárbaro, Saltillo es un lugar de tránsito, que guarda casi ningún registro de la riada humana, por todos los conceptos, digna de mejor suerte.

Dijimos antes que es indeterminado el número de migrantes, y en efecto, no hay autoridad en este país, como tampoco en su país de origen, no hay asociación civil que tenga un dato preciso de cuántas personas abandonan una ciudad o una región dada, cuántos quedan en el camino por la razón que sea, cuántos finalmente cruzan a Estados Unidos, y finalmente, cuántos se incorporan a la economía de aquel país y en qué calidad, cumpliendo a satisfacción o sólo a medias el lugar común de haber alcanzado el sueño americano.

Si no se conoce el número, tampoco se conoce el tamaño del problema, y es allí donde más incómoda y bochornosa debería ser la posición de los gobernantes mexicanos, quienes de la peor manera dejan hacer y dejan pasar, habiéndose lavado las manos en la ley migratoria, donde se concretan a decir que estos individuos no serán molestados durante su tránsito por México... trate usted de hacer las cosas legales ante la Secretaría de Gobernación y verá la diferencia, aquí sí que no hay piedad. ¿Quiénes son?, ¿de dónde vienen?, ¿qué desean?, ¿qué saben hacer?, ¿a dónde van?, son demasiadas preguntas, todas ellas de extrema importancia, que sin embargo no aparecen respondidas en ninguna oficina en ninguna parte, como si en realidad lo único que les interesara a sus titulares es que pasen... pero no se queden, así el problema será de otros y no de ellos.

Meghan Benton es autora de un estudio para el Instituto de Política Migratoria, en el que precisamente se trata de comenzar a cambiar la idea de los migrantes, de la actual despectiva y despreciativa, a una de que en realidad representan un potencial de aportación a la economía y a la sociedad del país de destino que merece comprenderse y explotarse.

Bajo el título de Maximizando el potencial, de cómo los países pueden atender los déficits de habilidades dentro de la fuerza de trabajo migrante, y es que allí donde los ve, o donde no los vemos por negarnos a ello, este segmento de población posee un valor tremendo, el de haber vencido el miedo para aventurarse a lo desconocido.

En una sociedad y una época en que los niños no pueden irse solos a la escuela que está a una cuadra de su casa, lanzarse a la aventura no es una cualidad que debamos menospreciar, al contrario, sobre ella podría construirse casi cualquier conjunto de habilidades para cualquier actividad económica en la que quiera usted pensar, por difícil que ésta pueda ser.

Cierto, como lo comenta la autora, los trabajadores inmigrantes experimentan distintas formas y grados de deficiencia en sus habilidades, las cuales pueden ir desde un alfabetismo pobre, el no haber completado una educación formal, hasta la falta de dominio del lenguaje del país al que esperan llegar, además de las esperables carencias en competencias profesionales y técnicas, hablando de países radicalmente diferentes en lo que a desarrollo tecnológico se refiere.

El postulado del artículo que puede usted leer en http://www.migrationpolicy.org/pubs/TCM-Skills-ImmigrantWorkforce.pdf es que cuando estos déficits previenen que los migrantes accedan a trabajos decentes, limitando o cancelando su posibilidad de movilidad hacia arriba, puede haber efectos adversos que nadie desea. El fenómeno puede ocurrir también con trabajadores migrantes de preparación media y alta, quienes al no encontrar un empleo que les haga justicia, considerarán un desperdicio de su talento su estancia en el nuevo país, con el agravante de que el sentimiento se transfiera a la nueva generación.

La propuesta, no simple, pero digna de ser evaluada y atendida es que los países de origen, de tránsito y de destino deberían esforzarse por proveer a los migrantes de una base de habilidades mínimas, con las cuales enfrentar la aventura, comenzando por el lenguaje, una educación formal elemental completa, un oficio, etc. No se trata solamente de dar unas monedas en calidad de limosna, como tampoco de voltear la cara a personas y a realidades, sino de adoptar medidas indispensables para que la migración vuelva a ser lo que una vez fue, la manera en la que la humanidad verdaderamente progresa.







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